Puede que en el inicio de éste nuevo siglo, como ha ocurrido en ocasiones anteriores, nos estemos enfrentando a debates que modifiquen de forma sustancial nuestra sociedad.
A propósito de los graves acontecimientos que se están viviendo en Japón, asistimos a la exposición de innumerables opiniones de expertos, de políticos, de organismos internacionales, de organizaciones ambientalistas, etc., sobre la utilidad y riesgos de la energía nuclear.
Es cierto que las grandes cuestiones no han de ser debatidas bajo las prisas de acontecimientos impactantes y dramáticos -la serenidad es necesaria siempre en estos casos-, pero tampoco debemos dejarnos llevar por la política del avestruz y meter la cabeza debajo de la arena, porque aunque sea la postura más cómoda, puede que a la larga también resulte la más perjudicial.
Vemos discursos que minimizan los efectos del drama nuclear al que se enfrenta Japón, y de paso el resto del mundo. No nos vale esta postura; no nos vale que pase lo que pase, nunca pasa nada.
No se trata de desmantelar de un día para otro el sistema nuclear de generación eléctrica, porque eso implicaría un problema infinitamente mayor a corto plazo, pero deberemos afrontar con valentía el debate de la energía que queremos para el futuro. Es evidente que nos dirigimos hacia una sociedad basada en la electricidad como energía fundamental, incluso en el transporte, por lo que determinar como queremos generarla, respetando las condiciones del planeta y sus equilibrios naturales, se hace inexcusable.
Tendremos que seguir conviviendo durante un tiempo con las fuentes de energía fósiles que tanto daño provocan al planeta, porque no tenemos alternativas inmediatas. Tendremos igualmente que convivir con las centrales nucleares y sus riesgos operativos -y con sus peligrosos y milenarios residuos-, porque no tenemos tampoco a día de hoy otra tecnología mejor.
Aprovechemos el inicio de éste nuevo siglo para plantearnos, con la mente desnuda y pensando en nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, si realmente es conveniente dirigir nuestro talento como sociedad a mantenernos en un charco como la energía atómica, o emplearlo en desarrollar otras fuentes de energía que acaben liberando a nuestros nietos de la grosera dependencia actual de los fósiles y la nuclear
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