Pandemia en la academia

Por: Tulio Elí Chinchilla

INTERNET Y SU MUNDO VIRTUAL SIGnificaron un progreso tecnológico comparable con el de la imprenta.

Acceder a la inconmensurable información almacenada por el hombre representa un salto cualitativo en el desarrollo intelectual. Sin embargo, para el quehacer académico el maravilloso invento acarreó un mal terrible: puesto que todo se “baja” de la Red con impensable agilidad, comodidad y completitud, entonces casi todo trabajo, taller, informe, proyecto de investigación, monografía, tesis de grado presentado por el estudiante es el fruto de “copiar” y “pegar” desde una página web, un portal, un sitio, un blog.

Dado que cualquier información está ya lista y generosamente ofrecida en la Red, se torna innecesario el más mínimo esfuerzo de búsqueda, procesamiento y reflexión personal. Si un 56% de los ciudadanos prefiere utilizar como fuente única la virtual, las bibliotecas van quedando en condición similar a la del hombre de Neandertal.

Utilizar bloques enteros de la Red no siempre revela proclividad tramposa. Los educandos se preguntan: ¿Por qué rehusar la oferta de una información cuidadosamente clasificada, especificada, sistematizada, ilustrada, animada y con abundancia de análisis y crítica? ¿No es superfluo pretender una versión personal de temas expuestos universalmente? Para exaltar la omnisciencia de ciertos buscadores, los estudiantes han acuñado la expresión “dios google”.

¿Qué hacer? Los métodos de detección de plagios, por su sabor detectivesco, no se avienen a la academia, amén de su ineficacia (infinidad de sitios y posibilidad de traslapar textos). Se impone, entonces, renovar las prácticas académicas: en lugar del vil ejercicio de acopio de información temática, hay que estimular la formulación de problemas puntuales y novedosos, lo cual pide docentes-tutores proactivos, imaginativos. Mientras sigamos “poniendo trabajos” sobre temas genéricos como la “lesión enorme” (en derecho civil), la “delincuencia juvenil de Medellín” (en sociología), tan facilista actitud propiciará la cibercopia. Cada curso o monografía sugiere mil interrogantes y problemas específicos para cuya solución la Red suministra apenas un insumo. Si, verbigracia, el estudiante de derecho civil tuviera que mostrar diferencias jurisprudenciales entre dos tribunales del país sobre la lesión enorme, su labor excedería la del simple copiar y pegar.

Debería revivirse el papel del tutor como orientador y supervisor directo en la elaboración de monografías; rol que lo obliga a reunirse siquiera semanalmente con su pupilo a discutir cada texto consultado, cada hipótesis formulada, cada capítulo redactado. La estrategia estudiantil de entregar a última hora un texto definitivo de cientos de páginas para que su tutor lo revise, relega a éste a convidado de piedra. También el jurado de tesis debería recuperar su papel de tribunal del saber, con poderes para formular preguntas audaces al graduando.

Internet puede catapultarnos hacia estadios superiores del intelecto, pero sólo en cuanto abre canales expeditos para obtener información. Al aliviarnos de la tortuosa búsqueda de datos, el pensamiento constructivo vuela más fácil hacia lo que no está dado.

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